Empujada por los fantasmas del hambre y en uso de la libertad que para ella aniquiló su miseria, se decidió a gritar la verdad que oprimía su espíritu y el de su numerosa familia.
La casa de su pareja es hoy albergue de “los desposeídos que acuden a construir el alimento del sistema llamado democracia”.
La angosta calle que desemboca en una de las principales arterias de Quito, Av. 10 de Agosto, es “guarida” de un grupo de “universitarios protestantes”.
Lissette Villena, estudiante de octavo semestre de comunicación de la Universidad Central del Ecuador, junta sus labios hasta partirlos y formando un pico con ellos, lleva con su mano izquierda hasta su boca un largo y blanco cigarrillo mientras dice “el dinero es dueño de la libertad de expresión”.
Una pequeña y antigua casa color verde pastel, es albergue de personas consideradas diferentes y calificadas como “anormales” por la sociedad según Lissette, debido al pensamiento distinto.
El pequeño y escondido lugar es cómplice de sus discusiones. Sus blancas y bajas paredes que lo hacen acogedor, guardan sus más íntimos secretos, que pretenden un día ser exteriorizados con fuerza.
Mientras “la capital vive una fiesta” y “agota a sus habitantes y visitantes”, el conocimiento del grupo de jóvenes, encuentra solución a asuntos denigrantes para muchas personas que en una ínfima lucha tratan de cambiar.
Se reúnen, conversan, gritan y lloran compartiendo cada una de las experiencias vividas siendo “victimas de un cruel sistema capitalista que calcina sus ganas de vivir cada día más”.
Las personas al frente del movimiento liberal, dicen tratar de crear un entorno más justo para ellos y para los demás, buscan una “democracia total”.
Pero en este lugar no solo se encuentra personas de ideología liberal, sino también a la colectividad “que tiene posibilidades económicas” como las define Lissette, líder del grupo.
“Ellos se consideran actores y promotores del cambio”, comparten sus vivencias, así como el dolor y la resignación que “la clase económicamente poderosa ha reemplazado por falsas esperanzas”.
Nelson López, estudiante de periodismo de la Universidad Católica afirma que la libertad de expresión es una utopía, y que a pesar de estar a un semestre de terminar su carrera no ha comprendido aún la frustración y el martirio que será para el su trabajo y “no poder gritarle al mundo la verdad”.
Comisiones de estudiantes de varios países visitan esta singular casa en algunas ocasiones, además de sus representantes permanentes, escuchan varias opiniones que concuerdan en que la libertad hoy no existe, mucho menos su fusión con la expresión.
Lissette casi al terminar su carrera, aun contempla la esperanza de hablar libremente, de compartir sus pensamientos sin miedo y no ser reprimida. Mientras frunce el ceño y mueve sus morenas y pequeñas manos, describe su primer año en la universidad, cuando todavía creía que “la libertad de expresión es un sueño que con trabajo puede ser cristalizado”, hoy define todo como “una porquería”.
Mientras Lissette evidencia ante la gente que son fallidas las campañas contra el hambre, la desigualdad y la libertad práctica de expresión, y habiéndole tomado 4 años descubrirlo, Francesca Galarza, estudiante de periodismo de primer semestre de La Universidad de Las Américas, considera que la libertad de expresión forma parte de nuestra naturaleza y que “hay que aprovecharla y vivirla plenamente”.
Ella aspira trabajar en un canal de televisión como reportera y dice que si el medio de comunicación con el que se involucra es serio, ella cree firmemente que podrá expresarse libremente.
Francesca sonríe y jugando con su cabello rubio y ondulado cuenta lo apasionante que es para ella el periodismo. El debate y la investigación, siempre le han gustado, y piensa poner en practica todo lo aprendido.
“Los periodistas que son silenciados son los que no luchan realmente por la libertad de expresión” dice con voz fuerte y abriendo sus ojos.
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