martes, 14 de julio de 2009

ARTE EN LA CAPITAL


 

Rodeado por una pared color naranja con uno que otro graffiti, de anchas puertas verdes de metal y con pequeñas entradas independientes para cada pasillo, se encuentra el mercado artesanal en la zona de la Mariscal.

En su interior acoge diariamente a visitantes locales y extranjeros en búsqueda de manufacturas propias de la cultura Ecuatoriana.

Pequeños puestos de ropa, bisutería, artesanía, pintura, cerámica y uno de abarrotes, llenan el mercado con productos de venta al público y el día de ayer, además de los interesados en las ofertas de los comerciantes, se encontraban algunos jóvenes sentados en las bajas y angostas veredas junto a los baños, fumando un tabaco, luciendo adultos y relajados, sin preocupación alguna; como si dispusieran de todo el tiempo del mundo para disfrutar del cigarrillo.

Junto a una de las pequeñas entradas al mercado artesanal, estaban dos Otavalos, de 33 a 36 años aproximadamente, sentados a la orilla del pasillo, cada uno en un banco de madera,  con sus miradas fijas en una mesa redonda central que separaba al uno del otro pero que sin embargo los conectaba mutuamente; se trataba de un reñido juego de  ajedrez.

Sus vestimentas eran prácticamente iguales, alpargatas blancas, pantalón azul y una camiseta blanca, a diferencia de un sombrero que lo llevaba el dueño del local de artesanías junto al que se desarrollaba el partido. El hombre disgustado por la mala suerte que decía tener en el ajedrez, atendía a sus clientes con mala gana, lo cual los asustaba y alejaba de su negocio, pero en esos momentos lo importante para el era la excitante partida, que quería ganarla.

Una larga trenza negra de cabello, adornaba su espalda ancha, de ojos achinados con una gran pupila café oscuro detenía el tiempo a su conveniencia, se limitaba a pensar en el tablero y las fichas que debía mover, su ancha y aguileña nariz le ayudaba a respirar tan profundo como lo necesitaba aquellos momentos pues así lo hacía sentir, tal como su respiración agitada, resultado de unos labios morados, gruesos y carnudos, incapaces de mostrar una sonrisa esos instantes.

Su contrincante en cambio disfrutaba al máximo del juego, sonreía constantemente, mostrando sus grandes y amarillos dientes, y achinando mas sus ojos debido a la feliz expresión de su rostro; su cabello estaba también recogido en una trenza pero que a diferencia de su compañero se la veía completamente pues no llevaba sombrero.

En su muñeca derecha usaba una pulsera tejida de hilo, con los colores de la bandera de su patria, que la lucia orgullosamente tal como su vestimenta característica y su alegría por llevarle una gran ventaja a su compañero en el juego. 

No hay comentarios.: